“No hay medicina
para el miedo”
Proverbio escocés
Yo hace tiempo que vengo por aquí. Me gusta la
serenidad que me transmite el cementerio. Me siento en un banco, respiro hondo,
cierro los ojos, oigo los pájaros, visito estatuas que me gustan y esos
panteones excelsos dignos de cualquier obra de arte de la mismísima Roma eterna.
Sin embargo la paz habitual se rompe hoy, primero de noviembre como todos los
años. La gente viene en masa al cementerio a visitar a sus seres queridos y a
mi no me molesta. En silencio vienen, en silencio limpian, rezan una oración,
pasean un rato y en silencio se van. Respeto es lo que siento en un dia como
hoy. El guarda del cementerio mirando al suelo preguntó -¿Pero usted viene
todos los días no?. Sí. Visito la tumba de mi madre a la que perdí hace muchos
años, pero me quedo el tiempo que haga
falta porque me gustan sus calles largas y sus avenidas, sus bancos para que la
gente se siente y descanse. Sus maravillosas estatuas de ángeles, sus
panteones, su atmósfera hospitalaria que me atrae como un caramelo atrae a un
niño. La voz del hombre del traje negro era suave y sonaba extraña como si
tuviese una ligera disfonía. Las hojas
secas del suelo se movían con la brisa y enmarcaban el paseo del hombre del
traje negro y del guarda del cementerio en un cuadro de extraña belleza.
Mientras los dos hombres hablaban, la tarde caía inexorable en el cementerio el
día de todos los Santos. Los dos se perdieron entre la gente. El guarda seguía
conversando con el hombre a la vez que pensaba en lo extraño que se le hacía
ver a este tipo casi a diario y hoy era el único día que hablaba con él. Precisamente
ese uno de noviembre fue el único día que le dirigió la palabra. Lo veía
siempre a lo lejos, pero le dejaba en paz y nunca le decía nada porque no hacía
nada malo y tenía el respeto y el silencio que hay que tener en un lugar como este. El guarda lo veía como
un elemento más del cementerio, como se ve a una estatua o a un ciprés. -Ya ve
usted llevo muchos años viniendo por aquí y es el lugar que más me reconforta
porque el respeto de la gente no se ve fuera de estos muros y aquí veo sus
caras apenadas pero sé que sus corazones no están tristes. Me dan serenidad y
siento como propio el amor hacia sus familiares que se fueron. El cielo se
nubla y la brisa se hace más pertinaz. -Empieza a hacer frío –dice el guarda-
Sí parece que va a refrescar –responde el hombre del traje negro. Las hojas
secas volaban y el aire olía a lluvia. Los cipreses se inclinaban venteados al
unísono igual que un enorme peine que alisara las nubes. En el cementerio
empezaba a oscurecer y los nichos se volvían sombras. Agujeros negros en una
pared infinita como un panal gigante de abejas. Las estatuas impasibles ante la
gente y el frio. Desnudas para siempre. Mármol sucio de estatuas eternas. Los
panteones grises y negros en el ocaso son palacios pequeños en honor a dioses
antiguos de carne y hueso pero que solo guardan de esos dioses, huesos. La
gente paseaba como a cámara lenta movidos por el compás extraño de una letanía
lejana, entre las lápidas de las tumbas más antiguas que había bajo el mismo
suelo. Eran las seis de la tarde del día de los Santos y el cementerio ya se
iba vaciando porque a nadie le gusta mucho estar ahí cuando cae la noche. La
gente que queda en el camposanto empieza nerviosa a mirar su reloj porque a las
siete ya es de noche. Les empieza a entrar esa premura incómoda de los hechos
ineludibles pero deseables. Ansiedad. Es como un miedo atávico. Un temor
antiguo. Un cementerio de noche. El guarda recuerda que lleva trabajando en el
cementerio diez años y desde que entró veía todos los días al hombre del traje
negro que hoy excepcionalmente conversaba con él y se preguntaba cómo puede a
una persona gustarle tanto un lugar como ese para visitarlo todos los días.
Recordó que el hombre del traje negro le dijo antes que visitaba la tumba de su
madre que murió hace años. El pobre viene todos los días a verla. -Recuerdo
cuando usted entró a trabajar-. El guarda lo miró curioso. En ese momento un
trueno rajó el cielo sobre sus cabezas. -Y a su antecesor, Santiago, que estuvo
otros once años y al antecesor de Santiago, Ezequiel que estuvo otros veinte años y al
anterior a Ezequiel…. Un escalofrío que sintió en cada vértebra, recorrió la
espalda del guarda como un rayo de tormenta atraviesa un árbol. Recuerdo cuando
se inauguró este cementerio todo era tan…diáfano. Había espacio por todos lados
y era bastante más triste...El hombre del traje negro hizo una pausa y con voz
más grave dijo: …recuerdos. Una ráfaga de viento golpeó a los dos hombres como
una onda expansiva. El guarda paralizado por el miedo y desorientado, oyó esas
últimas palabras como un eco y sin mirar al hombre del traje negro, buscaba con
los ojos muy abiertos dónde estaba la cancela del cementerio para salir como
alma que lleva el diablo. Pero no la encontraba. El aire húmedo movía los cipreses
y las hojas secas del suelo. Las estatuas ofrecían ese cuadro negro que les da
la noche nublada y el sonido del viento. Las tinieblas cubren el cementerio. Es
la noche del día uno de noviembre. El guarda temblando, miró en todas
direcciones pero no encontró al hombre del traje negro. Su desesperación
palpitaba en las sienes. Se había
quedado solo y vacio. Igual que si no tuviera sangre. Como un cementerio.
José Miguel Casado